quarta-feira, 15 de setembro de 2010

México: La patria del desacuerdo



Marco Rascón
La Jornada

Y llegó septiembre, identificado en México por ser el mes de la patria, el de la aspiración a ser una nación independiente, en medio de los imperios globales que lo rodean, tanto los de ultramar como el del norte brutal que se alimenta desde siempre, de nuestros enfrentamientos y debilidades. Hoy anexados de la peor manera, perdimos la noción de la Independencia y la hemos sustituido por un elemental separatismo.

Septiembre (vendimiario), en particular el 22, fue marcado por la Convención Nacional Francesa en 1792 como la fecha del nacimiento de una nueva era en la humanidad, bajo la libertad, igualdad y fraternidad, pues el día del equinoccio de otoño representaba la igualdad entre el día y la noche y, por tanto, la aspiración que debía lograr la humanidad. El nuevo calendario de la revolución se hizo ciencia política con el 18 brumario escrito por Carlos Marx o el concepto del termidor, como sinónimo de golpe o retroceso.

El movimiento de independencia en México, forma parte de las corrientes de pensamiento y acción surgidas de la revolución francesa. La distancia entre la Bastilla y Dolores, Guanajuato, son escasos 21 años y el grito ¡Viva Fernando VII!, de Miguel Hidalgo, tiene que ver con la guerra de Independencia de España contra Napoleón.

De ahí, en gran medida los valores que enarbolaron los independentistas mexicanos en la construcción de un Estado y una nación con destino propio. En lo interno, los Sentimientos de la nación con la vocación originaria de ser república, contra lo que se impuso al consumarse la Independencia y se definió como imperio mexicano.

De ahí en adelante, han sido 200 años de desencuentros a través de nuestras constituciones. Desde la lucha entre república o imperio; entre república centralista o federada; las luchas por la integridad territorial y la noción de soberanía. La nula relación entre la hacienda pública y la representación política, es decir, la inexistencia histórica de una hacienda pública, equitativa fiscalmente, de crédito público y de fomento para favorecer la producción interna. La disputa entre un Estado laico o el dominado por la jerarquía religiosa. Divididos entre la disyuntiva de América Latina o aceptar los principios de la Doctrina Monroe y entregarnos al destino de Norteamérica.

Bajo nuestro desacuerdo histórico, perdimos gran parte del territorio en 1848. Luego en 1864, el imperio francés y el austrohúngaro, en su decadencia, nos hicieron el punto donde se dirimió la hegemonía estadunidense en el continente frente a las potencias europeas en proceso de salida en toda Latinoamérica. La globalización de la época nos hizo presas de sus conflictos y la lucha de los mercados, como ahora, donde nuestra violencia y nuestros muertos son el pago para fijar el precio de las drogas de consumo ilegal en el mundo, así como el trabajo de los inmigrantes, a los cuales no se les reconoce ningún derecho y sirve para mantener los precios en las economías centrales.

Al llegar a septiembre en un país de simbolismos, visiones cíclicas, agoreros, mesiánicos, restauradores cínicos y vividores de las catástrofes, la llegada de 2010 era un punto en el trazo de 1810 y 1910, lo cual no da lugar a una simple conmemoración, sino la espera del cumplimiento de sus fantasías.

Hace 100 años, en las fiestas del centenario de la Independencia, en México no se conocía la palabra crisis económica. Ya los ánimos políticos habían madurado con el progreso y el régimen porfirista mostraba rasgos de decadencia por resistencia al cambio.

En el México actual, la paradoja es que estamos a 10 años de distancia de que el viejo régimen priísta fue sustituido en la Presidencia de la República, pero no su cultura política. Vivimos un priísmo sin PRI en la Presidencia. Hoy, México cuenta con las más grandes reservas monetarias de su historia; se dice que vivimos en democracia, pero el país tiene una sociedad económicamente polarizada, con niveles de pobreza cada vez mayores; falta de empleos, instituciones públicas y de bienestar desprestigiadas; descomposición, desencanto social; miles de homicidios y homicidas; epidemias; una cuarta parte del país bajo el agua, inundada; desastres naturales y una clase política que va, de la oposición formal a la gobernante, incapaz de crear un mínimo de certeza.

Como este septiembre de 2010, muchos esperan que llegue 2012 para que se cumplan sus fantasías, como si las fechas por sí solas pudieran hacer lo que no se prepara con visión. Para 2012, como ahora en este 2010, puede suceder todo y no puede suceder nada, pues la actitud de origen viene de un desacuerdo muy profundo, no superado, que creyendo que al hacerlo historia nos uniría, pero que hoy, todos los viejos fantasmas de nuestras divisiones están presentes, para acrecentar las divergencias y de nuevo ponernos a merced de las rapiñas de un mundo que observa cómo nos destruimos.

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