domingo, 11 de julho de 2010

Alain Rouquié: “América Latina ha tenido una evolución muy favorable desde todo punto de vista”


Carolina Keve
Revista Debate

A la hora de hablar de América Latina, pocos intelectuales tienen una voz tan autorizada como la de Alain Rouquié. Y no sólo porque actualmente ostenta el cargo de presidente de la Casa de América Latina en París, o por su experiencia como embajador de Francia en El Salvador, Belice, México y Brasil. Sus observaciones prácticamente se han constituido en una referencia fundamental para analizar los sistemas políticos de la región. Tal es el caso del más recordado en estas tierras, L´Etat militaire en Amérique latine o Poder militar y sociedad política en la Argentina, en donde expone las formas en las que se entretejió la corporación militar y su inserción en las relaciones de poder para explicar los sucesivos golpes que sufrió el país.

Hoy, 32 años después, el escenario ha cambiado y el tono de Rouquié es mucho más optimista. Lejos de las críticas con las que hace dos años alertaba sobre el obstáculo que suponía Brasil para el Mercosur, no duda a la hora de hablar de un nuevo orden mundial y del rol protagónico que puede asumir la Argentina a partir de una buena sociedad con el Planalto. Claro que quedan cosas por resolver. Si bien admite que Néstor Kirchner construyó un liderazgo, en su opinión, todavía queda pendiente la construcción de una nueva fuerza política que supere las fórmulas tradicionales.

¿Cómo caracteriza el escenario latinoamericano actual?

América Latina ha tenido una evolución muy favorable desde todo punto de vista. Las democracias de la región nunca antes habían permanecido tanto tiempo. Tomemos el caso de la Argentina, nunca había tenido treinta años de democracia. Es la primera vez que estamos ante una democracia estable y que funciona, con períodos críticos, claro. En el plano regional, hay países que ni siquiera habían tenido una experiencia democrática previa, como es el caso de Paraguay. Por otro lado, se puede observar cierto crecimiento económico bastante notable. Si se la compara con la crisis de Europa y Estados Unidos, la crisis aquí fue mucho más liviana. En algunos países se registró un crecimiento del cuatro o cinco por ciento, mientras que en la zona del euro no pudo superar el uno por ciento. Tampoco han sufrido grandes consecuencias a nivel monetario. La disminución de la vulnerabilidad financiera es notable, sobre todo si se piensa que hace unos veinte años imperaba la deuda y la inflación. Ahora, los que tienen deuda son los otros.

Para muchos observadores, aún quedan muchas deudas…

Bueno, desde el punto de vista social, hay que destacar que también disminuyó la pobreza. Éste es un punto sumamente importante, aunque los niveles continúen siendo altos. Creo que hay una situación completamente inédita, que desde los propios países tal vez no se ve. Pero si analizamos el cuadro general, el panorama es sumamente positivo. Estamos ante un momento de oportunidades. Creo que están dadas las condiciones para que América Latina aspire otro rol. Estamos ante un momento de gran fluidez internacional y esta región puede ser un actor muy importante en un mundo que está reinventando sus equilibrios y rehaciendo su arquitectura.

En una de sus últimas columnas Paul Krugman, justamente, habla de una tercera depresión y de la posibilidad de un nuevo orden mundial. ¿Está de acuerdo con esta lectura?

Evidentemente, el mundo unipolar ha terminado. Hasta el propio Barack Obama lo reconoció. Ni los europeos ni los latinoamericanos tienen interés en que esta reconfiguración sea absorbida por un orden bipolar, una especie de G-2 entre China y Estados Unidos. Y, en este sentido, países como Brasil o la Argentina pueden jugar un rol equilibrador. Dada esta realidad, creo que existe una oportunidad, sobre todo para aquellos países con gran ambición. Porque esto hay que decirlo, no hay una sola América Latina. Hay dos. Por un lado, la del norte, integrada por México y los países de América Central, que aparecen fuertemente vinculados a la economía norteamericana. Y, por el otro, la del sur, con un comercio mucho más diversificado y, por lo tanto, mucho más autónoma. Creo que es esta América la que puede jugar un rol dinámico.

¿Y qué rol deben asumir puntualmente Brasil y la Argentina?

Un fenómeno evidente durante estos últimos años ha sido el avance de Brasil. Un avance que no sólo aparece marcado por la riqueza de sus recursos naturales sino que, sobre todo, se debe a una continuidad en las políticas exteriores.

¿Cómo las caracteriza?

Oponiéndose al statu quo y siendo revisionista del orden internacional. Hace años que Brasil viene planteando la inequidad de las relaciones internacionales y la manera en que éstas suponen una traba para los países periféricos. Podría decirse que en la diplomacia brasileña juegan dos elementos. Por un lado, una voluntad natural de ser reconocido como líder de América del Sur, que no debe ser leída como un intento de dominación. Todo lo contrario, debe entenderse como una lógica de cooperación organizada bajo relaciones de fuerza. Por el otro, Brasil tiene una clara ambición estratégica de ser reconocido como actor global haciendo que el famoso BRIC exista, aunque, por ahora, sólo parezca un membrete artificial.

¿Y cómo debe responder la Argentina ante este protagonismo?

Aquí hay que tener en cuenta distintas variables. Una opción puede ser que Brasil radicalice su discurso de confrontación, termine asumiendo demasiado protagonismo y se aleje de América Latina. Al respecto, algunas posturas que mantuvo en el Consejo de Seguridad de la ONU dan un indicio de que puede tener cierta tendencia hacia esta posición. Y creo que es en este punto donde puede jugar un papel importante la relación con la Argentina. Porque si se construye una sociedad estratégica y la Argentina asume un papel de complementariedad y moderación, podría orientar la política de Brasil en un sentido más solidario. En este sentido, el Mercosur tiene un protagonismo incuestionable.

Cuando estaba haciendo mi tesis sobre los militares, la hipótesis de guerra entre Brasil y la Argentina estaba instalada. Aunque hoy suene rarísimo, en 1986 aparecía esta premisa. Actualmente, el futuro de ambos países está totalmente vinculado. Hoy no se puede pensar en un crecimiento de uno sin el otro. Por eso, la Argentina tiene que plantearse que su papel es un papel integrador que sólo se puede realizar con un eje Brasilia-Buenos Aires y que es bajo este esquema que la región puede alcanzar un rol importante en el orden internacional. La relación entre Brasil y la Argentina debe ser de complementariedad y no de confrontación.

Su último trabajo tiene un nombre sugerente. ¿A qué se refiere cuando habla de una América Latina A la sombra de las dictaduras?

La tesis que planteo es que, aquí, las democracias han conocido dictaduras muy violentas como han sido las de los años setenta. Y eso deja una herencia muy fuerte. En Chile, la democracia tuvo que convivir no sólo con el saldo de cientos de desaparecidos, sino también con una constitución que fue impuesta por la dictadura. Imagínese las consecuencias que supone una arquitectura que parte limitando el poder del presidente sobre el campo militar. Hay otro tema que es el de la memoria, que cada país ha enfrentado con una estrategia diferente. En el caso de Brasil, con el olvido. En el caso de la Argentina, a través de un proceso judicial que arrancó en el 84.

Y fue interrumpido.

Sí, la estabilidad de la democracia implicó, en determinados años, una pausa para esos juicios. Pero eso no quita el hecho de que la Argentina, en 1984, haya sido el único país del mundo en donde los responsables militares fueron enjuiciados y condenados. Creo que se trata de un hecho que coloca a la Argentina en una situación muy destacable política y moralmente.

¿Piensa que en la Argentina todavía estamos ante una crisis de partidos?

Creo que hay un problema institucional que todo el mundo reconoce, que es la falta de nuevas fuerzas políticas consolidadas para ir adelante. Hay grupos o sectores políticos, pero partidos organizados no.

¿No se puede considerar al krichnerismo como una nueva fuerza política?

Pero en todo caso se planteó en los primeros años, cuando se hablaba de una fuerza transversal. Hoy aparece con escisiones y demasiadas contestaciones internas. La verdad es que no veo la emergencia de ninguna tendencia política nueva que pueda converger en un proceso de desarrollo. Ojo, que no se trata de un fenómeno que sólo suceda aquí. Y si hubo un proceso de renovación política en Ecuador, Bolivia o Venezuela, fue porque hubo antes un colapso en el sistema de partidos. Pero siempre está el peligro en estos escenarios de que no pueda emerger una fuerza capaz de encarar un proceso social de gran envergadura. Y esto va en contra de la consolidación democrática. Las democracias necesitan de partidos, necesitan de un partido de poder y de una oposición que sea oposición, y no esa fluidez confusa. Las primarias obligatorias serían una buena forma de obligar a los partidos a estructurarse. Pero hace años que se viene debatiendo la reforma política y todavía no la pudieron implementar.

¿Y a qué cree que se debe?

A que, tal vez, esté muy instalada una cultura de la verticalidad propia del peronismo.

Durante el conflicto con el campo, hubo quienes, especialmente desde los medios, salieron a hablar de una “crisis institucional”.

No hablaría de crisis en la medida en que aún hay instituciones que funcionan. Lo que creo que hay es una cultura política de individualización, que no sólo atañe al Gobierno. Involucra a todos los sectores de la política argentina.

¿A qué se refiere?

A una cultura de confrontación, de crispación. Y esto se vio especialmente en el conflicto con el campo, en donde este discurso aparecía en ambos lados. Creo que es una de las grandes debilidades de esta democracia, que la convivencia siempre es sobre la base de la confrontación. Se dice que en Brasil hay una cultura de conciliación. No digo que sea un factor que vaya a desestabilizar a la democracia, pero instala un clima de guerra fría bastante peligroso.

Algunas tesis políticas sostienen al conflicto como el nudo básico de una democracia.

Es que el conflicto existe en todo sistema político, pero hay que fabricar consenso sobre un buen funcionamiento de las instituciones.

¿Fue lo que ocurrió durante el enfrentamiento con los sectores agrarios?

Efectivamente, igual creo que allí se tejió una confrontación arcaica cuando, en realidad, lo que teníamos enfrente era un simple problema de reforma fiscal. El sistema fiscal de este país está obsoleto. La fiscalidad sobre la exportación se remonta a los años de lucha por la independencia. Sería bueno que el conjunto de la sociedad tomara conciencia de que es necesario modernizar el sistema y, a partir de ahí, se construya un consenso y no se repitan esas experiencias penosas.

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