El País
Pese a todo el esfuerzo puesto en esta tarea, Barack Obama sólo consiguió este martes la foto del primer encuentro entre el jefe del Gobierno israelí, Benjamin Netanyahu, y el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas. Eso y un sentido de urgencia para que todos hagan concesiones de inmediato si no se quiere perder una oportunidad única de paz. Poco más.
Las posiciones entre ambos bandos parecen todavía irreconciliables, y Obama, que intenta hacer del conflicto palestino israelí la piedra angular de su estrategia hacia Oriente Próximo y el mundo islámico, se estrella por ahora contra el mismo muro con el que han chocado antes muchos presidentes norteamericanos.
"Las negociaciones sobre un estatuto permanente tienen que empezar y empezar pronto. Resulta crítico para todos resolver este problema", recordó Obama al comienzo de su reunión con Netanyahu y Abbas, a quienes pidió más "flexibilidad, sentido común y capacidad de compromiso" para progresar, tres cualidades que crecen en dosis muy escasas en esa región del mundo.
Cortésmente, Obama agradeció el esfuerzo hecho hasta ahora, pero advirtió que es necesario hacer mucho más. El enviado especial norteamericano para este conflicto, el veterano ex senador George Mitchell, se reunirá de nuevo con ambas partes la próxima semana. Y, hacia mediados de octubre, el presidente espera recibir de su secretaria de Estado, Hillary Clinton, un informe sobre el comienzo formal de las negociaciones. Algo así como un plazo marcado por Washington.
Para llegar a ese punto, Israel tiene antes que detener la instalación de asentamientos. Los responsables norteamericanos confían en las garantías ofrecidas por los israelíes en privado de que van a poner fin a esas construcciones, pero Netanyahu se resiste a hacer ese compromiso público. "Es hora de que traduzcan sus promesas en palabras", pidió Obama a los gobernantes israelíes.
Netanyahu, cuya estabilidad depende de un pacto de Gobierno con los halcones de la política israelí, está tratando de vincular la paralización de los asentamientos con un compromiso de seguridad de parte de los dirigentes palestinos y con algunos pasos de parte de los gobiernos árabes hacia el reconocimiento de Israel.
Los palestinos y los árabes consideran que Israel debe parar los asentamientos sin condiciones y antes del inicio de cualquier diálogo. La Administración de Barack Obama está, en realidad, más cerca de esta segunda posición, y lo cierto es que Obama está presionando a Netanyahu hasta el límite de la enemistad. Pero también quiere que los palestinos y los árabes den, a su vez, pasos, que no se queden parados a la espera de la decisión israelí.
En fin, las disputas eternas del conflicto de siempre. Lo más graves para Obama es que, esta vez, él ha depositado en la solución del enfrentamiento palestino-israelí muchas de sus esperanzas para el arreglo con Irán y la lucha contra el extremismo islámico. Mientras esa crisis subsista -peor aún, si se agudiza como resultado de la falta de diálogo-, el radicalismo encontrará excusas para su actuación y el prestigio adquirido por Obama en su célebre discurso de El Cairo se irá difuminando irreversiblemente.
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