Neve Gordon
Los Angeles Times
Con toda claridad, la campaña destinada a utilizar la misma táctica que colaboró a derribar el apartheid sudafricano cada vez concita más apoyos en todo el mundo. No sorprende que muchos israelíes, incluso entre los pacifistas, no se sumen a la campaña. Un Boicot global podría incluir reminiscencias antisemitas. Además surge la cuestión del doble rasero. ¿Por qué no boicotear a China por sus violaciones de los derechos humanos? Es muy contradictorio boicotear a tu propio país.
No es fácil para mí, como ciudadano israelí, pedirle a gobiernos extranjeros, autoridades regionales, movimientos sociales internacionales, sindicatos y ciudadanos que boicoteen a Israel. Pero hoy, al mismo tiempo que veo a mis dos hijos pequeños jugar en el jardín, estoy convencido de que el Boicot es el único modo en que Israel puede salvarse de sí mismo. Y lo digo porque hemos llegado a un cruce de caminos histórico y la crisis actual demanda medidas dramáticas. Digo esto como judío que ha elegido criar a sus hijos en Israel, que ha sido miembro del campo por la paz durante los últimos 30 años y que siente una gran ansiedad respecto al futuro de este país.
El modo más preciso de definir al Israel de hoy es el de un Estado de apartheid. Durante los últimos 42 años, Israel ha controlado toda la tierra entre el río Jordan y el Mar Mediterráneo. En esta región residen cerca de 6 millones de israelíes y en torno a 5 millones de palestinos. De entre ellos, 3,5 millones de palestinos y medio millón de judíos viven en la zona que Israel ocupó en 1967 y aunque viven en el mismo lugar, se les aplican sistemas legales totalmente diferentes. Los palestinos no tienen estado y viven privados de sus derechos humanos más fundamentales. En contraste con esto, todo los judíos, vivan en Israel o en Territorio ocupado, son ciudadanos de pleno derecho del Estado de Israel.
Lo que me mantiene en vilo, como padre y como ciudadano, es como garantizar que mis dos hijos, así como los dos hijos de mis vecinos palestinos no crezcan en este régimen de apartheid. Sólo hay dos modos moralmente aceptables de conseguirlo.
El primero es la solución de Un Estado, ofrecerles la ciudadanía a todos los palestinos y establecer una democracia binacional en todo el área controlada por Israel. Teniendo en cuenta la demografía, esto supondría el fin del concepto de un estado judío. Un anatema para la mayoría de los judíos.
El segundo modo de terminar con nuestro apartheid sería la solución de los dos estados. Es decir la retirada de Israel a la fronteras anteriores a 1967 con intercambios de territorio, la división de Jerusalén y el reconocimiento del derecho palestino al retorno de un número limitado de 4,5 millones de refugiados que podrían regresar a Israel, mientras el resto podría regresar al nuevo estado palestino.
Geográficamente, la solución de un estado único parece mucho más realista, ya que palestinos y judíos ya se encuentran mezclados: además, sobre el terreno, la solución de un estado único, en su manifestación de régimen de Apartheid, es ya una realidad.
Ideológicamente la solución de dos estados es más realista ya que menos del 1% de los judíos y sólo una minoría de los palestinos apoya la binacionalidad. Por ahora es más realista alterar la realidad geográfica que la realidad ideológica. Si en el futuro, dos pueblos deciden compartir un estado, que lo hagan, pero no es algo que deseen en la actualidad.
Si la solución de los dos estados es el modo de terminar con el Estado de Apartheid, ¿como llegamos a ese objetivo? Estoy convencido de que la presión desde el exterior es ya la única alternativa. A lo largo de las últimas tres décadas, los colonos judíos en los Territorio Ocupados han aumentado su número de manera importante. El mito de una Jerusalén unificada a llevado a la creación de una ciudad de Apartheid donde los palestinos no son ciudadanos y no recoven servicios básicos. El campo israelí por la paz se ha desvanecido gradualmente hasta su práctica inexistencia y la política israelí avanza cada vez más hacia la extrema derecha.
Está claro, por tanto, que el único modo de luchar contra el apartheid es a través de una presión masiva desde el exterior. Las palabras de condena de la Administración Obama y la Unión Europea no se traducen en el más mínimo resultado. Ni siquiera una congelación del crecimiento de los asentamientos, ni mucho menos una retirada de los territorios ocupados.
En consecuencia, he decidido sumarme al Boicot, Desinversiones y sanciones que fue lanzado por activistas palestinos en 2005 y que desde entonces se ha extendido por el planeta. El objetivo es que Israel respete sus obligaciones ante el Derecho Internacional y que los palestinos consigan ejercer su autodeterminación.
En Bilbao, España, (País Vasco) una coalición de organizaciones de todo el mundo formularon los diez puntos de la campaña de Boycott, Desinversiones y Sanciones con el objetivo de “presionar a Israel de manera sostenible y gradual con sensibilidad a los diversos contextos y en función de las capacidades de cada uno”. Por ejemplo, el esfuerzo comienza con sanciones y desinversiones de compañías israelíes que operan en los territorios ocupados, y continá presionando a aquellos que colaboran en sostener y reforzar la ocupación de manera visible.
Del mismo modo, los artistas que vienen a Israel con el objetivo de llamar la atención respecto a la ocupación son bienvenidos. Los que sólo vienen a actuar no lo son. Poner una presión internacional masiva sobre Israel es el único modo de garantizar que la próxima generación de israelíes y palestinos, incluídos mis dos hijos, no crezcan bajo un régimen de Apartheid.
Los Angeles Times
Los periódicos israelíes han estado recogido a lo largo de todo el verano artículos respecto a una campaña internacional de Boicot a Israel. Se han retirado películas de festivales de cine israelíes, Leonard Cohen está siendo sometido a una presión muy intensa debido a su decisión de cantar en Tel Aviv, OXFAM ha roto sus relaciones con una famosa actriz británica que publicita cosméticos producidos en los Territorios ocupados.
Con toda claridad, la campaña destinada a utilizar la misma táctica que colaboró a derribar el apartheid sudafricano cada vez concita más apoyos en todo el mundo. No sorprende que muchos israelíes, incluso entre los pacifistas, no se sumen a la campaña. Un Boicot global podría incluir reminiscencias antisemitas. Además surge la cuestión del doble rasero. ¿Por qué no boicotear a China por sus violaciones de los derechos humanos? Es muy contradictorio boicotear a tu propio país.
No es fácil para mí, como ciudadano israelí, pedirle a gobiernos extranjeros, autoridades regionales, movimientos sociales internacionales, sindicatos y ciudadanos que boicoteen a Israel. Pero hoy, al mismo tiempo que veo a mis dos hijos pequeños jugar en el jardín, estoy convencido de que el Boicot es el único modo en que Israel puede salvarse de sí mismo. Y lo digo porque hemos llegado a un cruce de caminos histórico y la crisis actual demanda medidas dramáticas. Digo esto como judío que ha elegido criar a sus hijos en Israel, que ha sido miembro del campo por la paz durante los últimos 30 años y que siente una gran ansiedad respecto al futuro de este país.
El modo más preciso de definir al Israel de hoy es el de un Estado de apartheid. Durante los últimos 42 años, Israel ha controlado toda la tierra entre el río Jordan y el Mar Mediterráneo. En esta región residen cerca de 6 millones de israelíes y en torno a 5 millones de palestinos. De entre ellos, 3,5 millones de palestinos y medio millón de judíos viven en la zona que Israel ocupó en 1967 y aunque viven en el mismo lugar, se les aplican sistemas legales totalmente diferentes. Los palestinos no tienen estado y viven privados de sus derechos humanos más fundamentales. En contraste con esto, todo los judíos, vivan en Israel o en Territorio ocupado, son ciudadanos de pleno derecho del Estado de Israel.
Lo que me mantiene en vilo, como padre y como ciudadano, es como garantizar que mis dos hijos, así como los dos hijos de mis vecinos palestinos no crezcan en este régimen de apartheid. Sólo hay dos modos moralmente aceptables de conseguirlo.
El primero es la solución de Un Estado, ofrecerles la ciudadanía a todos los palestinos y establecer una democracia binacional en todo el área controlada por Israel. Teniendo en cuenta la demografía, esto supondría el fin del concepto de un estado judío. Un anatema para la mayoría de los judíos.
El segundo modo de terminar con nuestro apartheid sería la solución de los dos estados. Es decir la retirada de Israel a la fronteras anteriores a 1967 con intercambios de territorio, la división de Jerusalén y el reconocimiento del derecho palestino al retorno de un número limitado de 4,5 millones de refugiados que podrían regresar a Israel, mientras el resto podría regresar al nuevo estado palestino.
Geográficamente, la solución de un estado único parece mucho más realista, ya que palestinos y judíos ya se encuentran mezclados: además, sobre el terreno, la solución de un estado único, en su manifestación de régimen de Apartheid, es ya una realidad.
Ideológicamente la solución de dos estados es más realista ya que menos del 1% de los judíos y sólo una minoría de los palestinos apoya la binacionalidad. Por ahora es más realista alterar la realidad geográfica que la realidad ideológica. Si en el futuro, dos pueblos deciden compartir un estado, que lo hagan, pero no es algo que deseen en la actualidad.
Si la solución de los dos estados es el modo de terminar con el Estado de Apartheid, ¿como llegamos a ese objetivo? Estoy convencido de que la presión desde el exterior es ya la única alternativa. A lo largo de las últimas tres décadas, los colonos judíos en los Territorio Ocupados han aumentado su número de manera importante. El mito de una Jerusalén unificada a llevado a la creación de una ciudad de Apartheid donde los palestinos no son ciudadanos y no recoven servicios básicos. El campo israelí por la paz se ha desvanecido gradualmente hasta su práctica inexistencia y la política israelí avanza cada vez más hacia la extrema derecha.
Está claro, por tanto, que el único modo de luchar contra el apartheid es a través de una presión masiva desde el exterior. Las palabras de condena de la Administración Obama y la Unión Europea no se traducen en el más mínimo resultado. Ni siquiera una congelación del crecimiento de los asentamientos, ni mucho menos una retirada de los territorios ocupados.
En consecuencia, he decidido sumarme al Boicot, Desinversiones y sanciones que fue lanzado por activistas palestinos en 2005 y que desde entonces se ha extendido por el planeta. El objetivo es que Israel respete sus obligaciones ante el Derecho Internacional y que los palestinos consigan ejercer su autodeterminación.
En Bilbao, España, (País Vasco) una coalición de organizaciones de todo el mundo formularon los diez puntos de la campaña de Boycott, Desinversiones y Sanciones con el objetivo de “presionar a Israel de manera sostenible y gradual con sensibilidad a los diversos contextos y en función de las capacidades de cada uno”. Por ejemplo, el esfuerzo comienza con sanciones y desinversiones de compañías israelíes que operan en los territorios ocupados, y continá presionando a aquellos que colaboran en sostener y reforzar la ocupación de manera visible.
Del mismo modo, los artistas que vienen a Israel con el objetivo de llamar la atención respecto a la ocupación son bienvenidos. Los que sólo vienen a actuar no lo son. Poner una presión internacional masiva sobre Israel es el único modo de garantizar que la próxima generación de israelíes y palestinos, incluídos mis dos hijos, no crezcan bajo un régimen de Apartheid.
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