segunda-feira, 6 de julho de 2009

Italia: En los orígenes de la decadencia


Rossana Rossanda
Il Manifesto

El diagnóstico del estado de la política en Italia es simple: la mitad de los ciudadanos se ha abstenido en las elecciones europeas, en las segundas vueltas de las administrativas y en el referéndum aún mucho más. El escenario es semejante en toda Europa. Los socialistas han perdido en todas partes, el parlamento europeo es ampliamente de centro derecha. Las izquierdas radicales son más débiles de lo previsto y las italianas han desaparecido de escena. Italia carece de una socialdemocracia, debilitada por lo demás en otras partes. Por todas partes despunta o se refuerza una extrema derecha. La señal es la opuesta a la que proviene de los Estados Unidos, en absoluto tenida en cuenta, en la práctica, en Europa.

En Italia Berlusconi no supera, como esperaba, el 35%, y es menos fuerte que hace un año. La Liga alcanza el 10, son inseparables. Fini juega su propio juego. Si esto conduce a una crisis de gobierno, será desencadenada y gestionada desde la mayoría (y apoyada por el Vaticano a través de Casini). La minoría está dividida entre un A D en descenso, dividido y confundido, y una izquierda radical hecha añicos. Ni tan siquiera los Verdes parecen librarse de la crisis, a pesar de que Obama en los EE UU y muchos otros en Europa ven en la ecología una inversión necesaria y un valor-refugio. La opción bipartita que había sido común a Berlusconi y Veltroni se ha venido abajo.

1. Si estamos de acuerdo en lo que hace a este sintético resumen, queda por ver si se comparte el porqué de este resultado. En mi opinión, en lo que respecta a Italia habrá que buscarlo lejos, al tiempo en que transcurre mi generación, que por otro lado no es más que un breve momento histórico. De hecho, el desastre actual parece mayor en la medida en que la izquierda de la posguerra era más fuerte que en otras partes. Nunca fue mayoritaria, tal como observaba Norberto Bobbio, precisamente porque estaba representada, en un país surgido del crisol del los años veinte y treinta en Europa, por comunistas y socialistas y un fuerte sindicato que aplastaron entre ellos y la DC una interesante tercera fuerza (Justicia y Libertad).

Esta forma adoptada por la izquierda, desde la resistencia a 1956, es bastante diferente a la de las otras de occidente. Los socialistas y los comunistas, libres de las disputas de los años treinta encubiertas por el fascismo, estaban entonces unidos y los comunistas parecían, salvo para la DC y para el “partido americano”, suficientemente desvinculados de la URSS (considerada esta por otra parte no como un peligro inminente). Así, después de 1956 y de la ruptura con el PS, el PCI supera gradualmente, en cantidad y cualidad de audiencia al hasta entonces más fuerte PCF, al hacer suya una ancha franja de opinión. Resulta difícil separar de esto la sólida cimentación del sentido común republicano, constitucional, antifascista; y todo ello, además, coloreado con un tono de concepción clasista (vivísima en la resistencia, incluso en Justicia y Libertad y más tarde en el catolicismo de Dossetti y de la corriente de Base de la DC).

2. El escenario cambia en los años sesenta–setenta, en correspondencia con la gran modernización del país en la composición social, productiva y cultural. El PS cambió de frente, en el PCI se abre un debate, el sindicato crece y cambia su estructura de base, un área de izquierda radical comienza a aparecer separada de los comunistas, que sin embargo crecen en peso.

El cortocircuito lo produce el movimiento de 1968. Contrariamente al resto de Europa esto acaece en presencia de un fuerte partido comunista que no lo ataca frontalmente, pero con cuya hegemonía termina. 1968 se prolonga en Italia durante un decenio. Como en ninguna otra parte, modificó diversos parámetros de la cultura, produjo la densa politización de grupos extraparlamentarios distinta de la del partido comunista, promovió un vasto asociacionismo que se vivía como contracultura y contrapoder. Es una segunda y tumultuosa modernización del país que se sitúa a la izquierda del PCI pero no reduce su fuerza en la opinión de las masas, todo lo contrario.

Los comunistas alcanzarán un tercio de los votos, el sindicato es fuerte, la intelectualidad está politizada y es abundante como nunca. El “movimiento” critica al PCI y a la CGIL pero se inclina por la pertenencia al sindicato (el más cambiado) y el voto al PCI; las elecciones de 1975 le dan a la izquierda todas las grandes ciudades.

Esta tendencia no parece ser mellada por el Compromiso Histórico (1973) poco tenido en cuenta por la opinión. Es como si tan solo la abstención comunista de 1976 en relación con el gobierno de Andreotti hubiese revelado su verdadero sentido. Es en ese momento cuando se rompe toda esperanza de las minorías del movimiento, el propio movimiento se divide y una pequeña parte del mismo (no se necesitan muchos para disparar) se echa en serio a las armas (homicidio de Coco en Génova).

Sin embargo, el electorado sostendrá siempre al PCI hasta la muerte de Berlinguer, el cual por otra parte, hace, en los últimos años, y aislado del grupo dirigente, un giro a la izquierda.

3. Demasiado tarde. A nivel mundial 1968 no había sido pasado por alto a las clase dominantes que se valieron de él. El PCI no comprendió el sentido de la abolición del patrón oro, ni la crisis de la energía de 1954 y mucho menos los cambios estructurales del capital y de las tecnologías en marcha y la recomposición de las estrategias que le siguieron (Trilateral).

No comprendió realmente las subjetividades que se agitaron en contra del mismo. No entendió ni siquiera, con la excepción de un pequeño sobresalto en lo concerniente a las mujeres, la revolución pasiva que se estaba desarrollando desde el principio entre las generaciones en las relaciones familiares y de autoridad. No comprendió la magnífica brecha que se abría al anticomunismo en el movimiento.

Del todo extraño le resulta el 1977 italiano, muy reactivo frente a los cambios en el trabajo pero equivocado en la previsión, del mismo modo que no había comprendido antes la formación del extremismo de la Brigadas Rojas y de Primera Línea, del cual no veía otra cosa que el peligro que constituían para su acreditación como fuerza de gobierno. Berlinguer practica severamente el estado de excepción, siguiendo en esto a Moro, también él dubitativo y aislado en la DC.

En los años ochenta sobrevino el salto tecnológico, especialmente en la información y en todo lo referente al movimiento de capitales y la financiarización, pero los comunistas leen solo en términos de política antisoviética la restauración de Thatcher y Reagan, menospreciando el estancamiento de la URSS de Breznev, no comprenden el intento de Andropov, titubean con respecto a Solidarnosc en Polonia como habían titubeado con respecto a Praga; el berlingueriano “final de la fuerza propulsora” de 1917 llega cuando la descomposición del PCUS está ya avanzada y ha habido una total carencia de relaciones con el disenso incluido el de izquierdas del este. Así hasta Gorbachov.

Con Craxi y después con la muerte de Berlinguer la crisis del PCI avanza mucho, si bien no en términos electorales, y comienza la de la CGIL. El fin de la primera república es sobre todo el fin de ambas fuerzas.

4. En los años ochenta el movimiento del 68, se agota por completo, abatido junto a las Brigadas Rojas, con las cuales, sin embargo no había tenido nada que ver, al ser el radicalismo e incluso el extremismo una cosa, y otra muy distinta tomar las armas.

Se forma y estructura, como algo nuevo, tan solo el filón del segundo feminismo. Con 1989 la crisis del PCI simplemente termina, la “inflexión” conduce a otro partido, en las ideas y organizativamente, y se hace sin una revuelta de base. Rifondazione nace como una vuelta al ayer y se debatirá sin tregua sobre cómo convertirse en una clave para el futuro; ni el PCI ni RC hacen un balance histórico del comunismo y de su propia función en Italia. Lo que había sido la totalidad del área de la izquierda se encuentra a caballo, entre las desilusiones y la fibrilación, mientras socialistas y comunistas se precipitan en el vacío.

Bruscamente salta hecho pedazos lo que durante veinte años había parecido ser sentido común, el rechazo del “sistema”. Las izquierdas se reducen hasta ser pequeños grupos, algunas se depuran, no lograrán o quizá no querrán ya unificarse.

Desde entonces una perpetua discontinuidad produce explosiones de movimiento puntuales y casi siempre sin relación las unas con las otras. El sobresalto de aquel enorme movimiento por la paz y después el del sindicato en el Circo Máximo no darán lugar a una recuperación constante, incluso como consecuencia de la sensación de impotencia que se deriva de la nulidad de su resultado.

5. El 89 ha sido completamente administrado por la recuperación del capital y en su forma pre keynesiana. La ideología de los Fukuyama y de los Huntington –derrota definitiva del socialismo y choque de civilizaciones— golpea a fondo a la izquierda histórica, que padece los hundimientos de los socialismos reales, no los afronta y se rinde; las socialdemocracias por todas partes y los ex comunistas en Italia practican con celo y arrepentimiento las políticas liberales.

Pero también las culturas difusas de las izquierdas radicales navegan a la deriva, agotadas. Muchas percepciones del 68 se cuecen en su propia salsa volcadas en el resentimiento hacia lo que el movimiento obrero, antaño venerado, no comprendió: sacrificó la persona a la colectividad, el individuo al partido, el conflicto de los sexos al “economicismo”, la tierra al desarrollo devastador. Menospreció la dimensión de lo sacro, de la etnia, de los ciclos.

Glorificó la razón contra la emoción, el occidente contra la diversidad, el porvenir respecto del presente. El posmodernismo le ha echado una mano. Esta es la tendencia mayoritaria. Quedan, pero muy minoritarios, algunos movimientos. La transmigración hacia la ecología es la más fuerte.

El hundimiento de la política en la corrupción y en la bajeza y la salida a superficie de Berlusconi no tiene freno. El área antiguamente comunista y socialista ni tan siquiera intenta una recomposición en dirección a la socialdemocracia. La despolitización sigue a la desilusión; se vive en el inmediato presente porque la memoria del pasado está prohibida y no se sabe qué cosa querer para el futuro. Incertidumbre, resentimiento, miedo. Proteccionismo de los todavía empleados ante una crisis que no comprenden. Nunca, parafraseando a Guicciardini, la gente italiana ha sido tan infeliz y tan mala.

6. Si “izquierda” tuvo un sentido en el siglo XlX y en el XX era libertad, igualdad, fraternidad, descendientes de la herencia de la revolución francesa. La primera, de la idea de democracia, la segunda de Marx, la tercera (con sentido distinto al que se le había dado en 1789) como solidaridad entre los seres humanos. Estas recorrerán entre tragedias todo el siglo XX. Su rechazo no significa que haya aparecido una nueva descendencia. Significa el repliegue de la libertad en el individualismo y la reorientación de la necesidad de pertenencia hacia categorías metahistóricas (religiones, nacionalismos, etnias y otros presuntos orígenes). Significa negar la igualdad de derechos (y no sólo ni tan siquiera según la interpretación que hace de esto una parte del movimiento de las mujeres) y hacer del éxito del más fuerte el principio y motor de la sociedad. Significa ahogar la fraternidad en el odio y en el miedo hacia el otro y hacia el diferente. Berlusconi y Bossi hubieran sido impensables en los años 60.

Esta es hoy la mitad de la Italia que habla. La hegemonía ha pasado a la derecha. Su triunfo indica una revolución antropológica antes que política. La degeneración de la política es concausa y consecuencia de la misma. Al menos si política significa, no marxianamente sino arendtianamente, “preocuparse del mundo”.

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