quinta-feira, 25 de junho de 2009

Jaques Rancière: "El odio a la democracia"


Luis Roca
Rebelión

Jacques Rancière pertenece a la fructífera generación de filósofos franceses nacidos en los años 40 que fueron discípulos de Althusser, ajustaron cuentas con su maestro y acabaron superándolo con un elaborado trabajo crítico en la tradición de la izquierda radical ( como Balibar, Laclau, Badiou ...). Rancière llega a la conclusión, después de mayo del 68, que Althusser, con su dicotomía ciencia/ideología y su teoría del partido como vanguardia del movimiento obrero lo que está haciendo es formular una ideología del orden.

El libro que nos ocupa es un breve pero extraordinario libro de filosofía política, entendiendo este término como crítica de la opinión, de la ideología ; crítica por tanto del tópico entendido como un lugar común claramente establecido para despojar un término de su sentido crítico y convertirlo en una pura retórica vacía. Hoy, ya lo sabemos, “todo el mundo hoy es democrático”, desde Arnaldo Otegui hasta Josep Anglada, pasando por Mariano Rajoy o José Luis Rodríguez Zapatero.

Lo que nos propone Rancière es una densa e interesante reflexión que gira en torno a tres ideas claves : 1) La democracia tiene un significado revolucionario claro y preciso al que es necesario volver ; 2) Las sociedades autoproclamadas democráticas son en realidad oligarquías con forma representativa; 3) El odio a la democracia tiene hoy un sentido nuevo y paradójico que hay que entender correctamente para combatir.

La primera idea es muy radical porque lo que formula es que política y democracia son lo mismo. Si no hay democracia no hay política, solo hay la lógica policial del Estado de distribuir las jerarquías y los espacios sociales. La democracia es un espacio común que se apropia de lo que el Estado quiere acaparar en exclusiva, que es lo público, Por esto la democracia es siempre un escándalo para las diversas élites , ya que lo que propone es que puede gobernar cualquiera. El Estado impone siempre la lógica de la despolitización y la democracia es la lucha, por tanto, contra esta tendencia a la privatización de lo público.

La democracia no es una forma de gobierno y aunque la república sería la forma más favorable, la relación entre ambas es paradójica, ya que toda institución lucha por suprimir este exceso democrático que es dar la palabra, el poder a cualquiera. Lo cual no quiere decir que la democracia va siempre contra el Estado, ya que está en permanente tensión con las instituciones que lo configuran. Democracia no es lo mismo que gobierno representativo aunque este la pueda favorecer. La democracia nace en Grecia como la ley de la suerte, la del azar, que es la que funcionaba en Atenas para elegir a los gobernantes. Y el buen gobierno es el de los que no desean gobernar. El peor es el de los que aman el poder y son hábiles para adueñarse de él.

Esto nos lleva a la segunda idea, que plantea que lo que domina en las llamadas democracias es un sistema representativo de carácter oligárquico. Un gobierno representativo democrático supone mandatos electorales cortos, no acumulables, no renovables e incompatibilidad con otros cargos públicos o con intereses privados. Lo contrario lleva a un gobierno elegido, por tanto representativo, pero oligárquico, que acapara la cosa pública a través de una alianza con la oligarquía económica.

Esta oligarquía estatal considera que el axioma básico e incuestionable es que el movimiento capitalista globalizador responde a la necesidad histórica de la modernización y que cualquier duda al respecto es una postura arcaica. Lo que este sistema implica es que la sociedad no es democrática y por tanto el pueblo queda excluido de la política, lo cual produce un malestar que tiene diferentes síntomas que van desde el apoyo a los grupos populistas de extrema derecha hasta los integrismos religiosos, pasando por los movimientos nacionalistas...

Ahora bien, Rancière tampoco está de acuerdo en caracterizar estas supuestas democracias como un estado de excepción, como un campo de concentración encubierto, en el sentido formulado por Giorgio Agamben. Hay que reconocer que este gobierno representativo al ser elegido y renovable marca unos límites a las élites dominantes y a la corrupción administrativa. También la existencia de libertades individuales y políticas son una ventaja para la democracia.

Finalmente la tercera idea es que el odio a la democracia adquiere hoy nuevas formas. Las formas tradicionales de este odio venían o bien de la derecha (que sólo un grupo puede gobernar, esté determinado por la propiedad, la filiación o la competencia) o bien de la izquierda (la democracia es una forma de gobierno burguesa). Ahora es la derecha liberal la que por una parte denuncia los excesos democráticos y al mismo tiempo utiliza la democracia como justificación de sus ataques imperialistas (Irak). Es decir, que la democracia es al mismo tiempo una defensa contra los peligros externos para la civilización y al mismo tiempo un peligro interno para ella misma. ¿Como resuelve esta contradicción ? Pues defendiendo las instituciones y criticando las costumbres democráticas. La democracia, dicen, ha creado un reino de individuos consumidores sin límites que no tienen sentido del bien común y solo defiende sus intereses particulares.

Lo que olvidan estos ideólogos, formados en el marxismo y resentidos contra sus expectativas pasadas, es que la causa de lo que critican es el capitalismo y no la democracia. Todos los movimientos reivindicativos son tachados de corporativos y egoístas porque defiende intereses particulares contra el interés general.

Como punto final Rancière plantea la necesidad de dar a estos movimientos defensivos, de resistencia frente al Estado y el Capital un carácter universal a sus demandas específicas. Solo así serán política, es decir, el suplemento que pone el pueblo a lo institucional, que no es otra cosa que lo policial.

Un libro escueto, denso y claro. Imprescindible porque da que pensar y lo hace desde una perspectiva de izquierda que nos permite recuperar el término democracia para una tradición de la que no puede ni debe separarse.

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