sábado, 13 de dezembro de 2008

Retos a la Justicia: Desigualdad social y conflictos ecológicos


La historia nos muestra que a medida que el capitalismo se extiende y profundiza, las condiciones sociales y ambientales sufren un vuelco: a la vez que desata capacidades insospechadas, discurre de manera destructiva y violenta. Conviene no cerrar los ojos a la idea marxiana de que el capitalismo genera esta dinámica contradictoria.

Es cierto que, mientras fluyen las mercaderías y el mercader ejerce su poder embaucador, es difícil percibir el precio real que hay que pagar por lo que se ofrece envuelto en oropeles. Pero cuando los acontecimientos empiezan a sembrar dudas, como en el momento presente, surge la oportunidad de ver las cosas de otra manera. Es entonces cuando se cree al niño que grita que el rey está desnudo.

El mercado se ha convertido en el eje articulador de la vida social. Abandonó con el capitalismo el simple papel de institución que facilita el intercambio y amplió su influencia a costa de arrebatar a otras instancias la capacidad de organizar la sociedad. Afirma Polanyi: “El mercado es un buen sirviente, pero un pésimo amo”, advirtiendo del riesgo de dislocación social que se origina cuando reina incontestado.

La expansión progresiva del mercado no ha supuesto únicamente una confrontación con otras organizaciones alternativas en la lucha por ejercer el poder. El mercado también se ha enfrentado a lo largo del tiempo a agrupaciones de individuos que ni siquiera trataban de disputar dicho poder, sino simplemente de defenderse debido a que su implantación les obligaba a renunciar a formas tradicionales de vida y les infringía elevados costes de desarraigo y una enorme inseguridad vital. La acción resistente a lo largo de la historia de comunidades, cofradías, mutualidades, fraternidades, gremios, sindicatos, ha sido la manifestación más patente de la existencia de estos conflictos sociales.

El ecologismo representa también una reacción frente a las amenazas que se derivan del sistema económico. El productivismo y el consumismo minan las condiciones que permiten el desarrollo y la reproducción de la vida humana en la tierra. El deterioro de la naturaleza que provoca la expansión de la actividad económica por todos los lugares del mundo genera, también por todas partes, protestas y resistencias de sectores sociales y poblaciones enteras que ven amenazadas las condiciones materiales de su existencia. Pero los estilos de vida actuales destruyen también los ecosistemas que las futuras generaciones ya no podrán disfrutar, y ocupan cada vez más espacio arrinconando y eliminando a otras especies. Late ahí, pues, un conflicto ambiental que no se desarrolla únicamente entre los miembros de la especie humana perteneciente a una misma generación.

Surge así planteada, como el problema político clave del incipiente siglo XXI, la cuestión de la justicia social y ambiental, a escala local y global. Un aspecto crucial en la organización de cualquier sociedad es cómo se reparten los recursos y la riqueza disponible, y cómo se distribuyen los costes sociales y ecológicos asociados a su obtención y uso.

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