quinta-feira, 18 de setembro de 2008

UNASUR o el inicio de un nuevo camino


Julio Sau Aguayo
Centro Avance

La primera constatación “sudamericana” que es posible realizar es que la desaparición del mundo bipolar que había caracterizado a la guerra fría no dio paso a un mundo unipolar dominado por la superpotencia de los Estados Unidos ni al fin de la historia, como algunos pretendieron. Dicha pretensión existió efectivamente, pero fue de corta duración y dio paso pronto a la nueva situación que caracteriza a la sociedad internacional contemporánea: la multipolaridad.

El 23 de mayo de este año los Jefes de Estado de América del Sur suscribieron en Brasilia el Tratado Constitutivo de la Unión de Naciones Suramericanas, UNASUR. El objetivo esencial de este instrumento jurídico internacional multilateral, que debe ser ratificado por los Congresos de los países miembros, es convertir a América del Sur en un actor con voz propia en la sociedad internacional del siglo XXI, sin abandonar la meta de unir a toda América Latina en un mediano plazo. En Chile, cuya Presidenta es a la vez Presidenta Pro Tempore de UNASUR, el tratado ha ingresado a principios de septiembre al Congreso para su ratificación, en tanto el país se prepara para recibir a los Jefes de Estado de Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Guyana, Paraguay, Perú, Suriname, Uruguay y Venezuela que celebrarán en la segunda quincena de octubre una reunión Cumbre en Viña del Mar. De este modo, Chile aspira a ingresar por primera vez como Estado miembro de pleno derecho a una instancia de integración sudamericana que deja la puerta abierta para que -con el consenso de los demás miembros y pasado cierto plazo- todos los Estados latinoamericanos que así lo decidan puedan postular a integrarse a UNASUR.

Construir, a lo largo de un proceso y de manera participativa y consensuada, un espacio de integración y unión en los aspectos culturales, sociales, económicos y políticos entre sus pueblos, otorgando prioridad al diálogo político y a la cooperación e intercambio de experiencias en materias de políticas energéticas, sociales, de infraestructura, financieras, de defensa, de complementación económica y comercial, de medioambiente y a una política migratoria común son algunos de los objetivos principales de esta nueva instancia de integración sudamericana. Su sola lectura nos acerca a la dimensión de las tareas emprendidas y nos permite diferenciar UNASUR de cualquiera de las otras instituciones de integración existentes en el ámbito sudamericano o latinoamericano, centradas sólo en el comercio internacional. Lo avanzado en tales instancias, como las de la CAN y MERCOSUR -así como sus eventuales convergencias futuras-, están llamadas a formar parte y enriquecer este proceso, de carácter más integral.

Dos factores confluyen para potenciar la creación de UNASUR y nos permiten sostener que no nos encontramos en presencia de una mera reedición del proverbial entusiasmo latinoamericano por la primacía de los instrumentos legales en materia de integración, sino que asistimos a la creación de una institución de nuevo cuño y adecuada a los requerimientos de la realidad sociopolítica y económica del siglo XXI, la que puede convertirse en el inicio del proceso de integración que América Latina requiere para constituirse en un actor de la sociedad internacional de este nuevo milenio. Nos referimos a una visión compartida a grandes rasgos entre los gobernantes sudamericanos sobre las características principales del contexto internacional en el cual sus respectivos países se encuentran insertos, por un lado, y por el otro la existencia de gobiernos de tendencia mayoritariamente progresista los que, conservando y respetando sus diferencias nacionales y sus diversos énfasis políticos e ideológicos, comparten un común apego a la democracia, a la lucha contra la pobreza, la desigualdad y la exclusión y un inédito manejo macroeconómico prudente destinado a evitar que la inflación o el déficit de las cuentas nacionales impidan el logro del desarrollo sustentable y de la justicia social. Examinemos separadamente cada uno de estos dos verdaderos pilares del proceso de integración sudamericana, ya que su cabal comprensión será un factor clave para que los demás elementos del verdadero desafío que implica UNASUR puedan irse resolviendo en su complejidad intrínseca.

Los acontecimientos que han transformado radicalmente la sociedad internacional en los últimos 20 años y que se inician con la caída del muro de Berlín y el desplome del mundo socialista son demasiado numerosos y complejos como para intentar una descripción de ellos en un trabajo como éste. Lo que sí resulta pertinente es señalar algunas de las características que -como resultado del proceso de transformaciones señalado– presenta la sociedad internacional globalizada de hoy y que pueden razonablemente visualizar los gobernantes sudamericanos gracias a las numerosas reuniones cumbres, a los trabajos de sus Cancillerías y a sus diálogos políticos informales, mucho más frecuentes hoy que en el pasado.

La primera constatación “sudamericana” que es posible realizar es que la desaparición del mundo bipolar que había caracterizado a la guerra fría no dio paso a un mundo unipolar dominado por la superpotencia de los Estados Unidos ni al fin de la historia, como algunos pretendieron. Dicha pretensión existió efectivamente, pero fue de corta duración y dio paso pronto a la nueva situación que caracteriza a la sociedad internacional contemporánea: la multipolaridad. En ella, si bien los Estados Unidos siguen siendo la potencia hegemónica en lo militar, comparte el poder en la economía y la política mundial con países emergentes como China, India y ahora Rusia y con boques regionales o instancias de integración económica como la Unión Europea y la ASEAN. Y las potencias medianas, como Brasil y África del Sur buscan reagruparse en función de sus intereses ya sea en alianzas de intereses económicos como el G 8 o impulsando nuevas instancias de integración económica, como el MERCOSUR o UNASUR en el caso de Brasil.

Lo anterior reviste especial importancia para América del Sur porque es bien conocido el rol desempeñado por el gobierno norteamericano en la historia reciente de la subregión. El desprestigio político que representó para Washington el apoyo a las dictaduras militares de los 70 y 80 y el fracaso de su intento por imponer en la zona el ALCA y el Consenso de Washington, unido a la concentración casi exclusiva de su política exterior en Afganistán, Irak, Medio Oriente y su guerra contra el terrorismo, constituyeron factores favorables para el avance de las fuerzas progresistas en América del Sur en los últimos cinco años. Y si a ello agregamos que las economías de la subregión han vivido años de crecimiento sostenido gracias al boom de las materias primas, que considerada en su conjunto la región posee abundantes recursos energéticos y que tiene una importante producción de alimentos, podemos concluir que la multipolaridad de la sociedad internacional y la apertura de América del Sur a la economía internacional es aliciente importante para su integración, y con mayor razón en esta etapa de crisis energética y alimentaria mundial. Naturalmente que dicha integración regional exige la superación de la desigualdad que sigue caracterizando las sociedades nacionales sudamericanas y latinoamericanas en general. Es decir, se requiera de un proceso de integración nacional que impida la exclusión de las mayorías para construir la América Latina integrada del siglo XXI.

Dicho contexto internacional se completa con una situación que si bien es coyuntural, puede resultar gravitante para América Latina. Nos referimos al inminente fin de la era de los neoconservadores en el gobierno de los Estados Unidos, el término constitucional de la dupla Bush-Cheney o Cheney-Bush y a los cambios que pudiere experimentar la política norteamericana hacia la región con el eventual triunfo del candidato demócrata, e incluso del republicano. Aunque conviene ser cautelosos ante el tema, considerando nuestra experiencia histórica y los escasos éxitos que registran a su haber quienes se atreven a realizar predicciones en política internacional, todo parece indicar que al menos podemos esperar que se mantenga el statu quo de la era Bush en las relaciones USA-América Latina, tal vez limitando lo que el especialista norteamericano en Seguridad Nacional Craig A. Deare llama “la remilitarización” de la política norteamericana en Latinoamérica, que según lo afirma en su artículo de Foreign Affairs en español, vol. 8, número 3, 2008, se ha producido vía fortalecimiento de las actividades del Comando Sur y debilitamiento institucional paralelo del Departamento de Estado en la región.

Se trata de una reivindicación modesta, pero importante y que dejaría más espacio para el juego democrático y el desarrollo de la integración de América Latina. Además, una presencia norteamericana menos militarizada y con mayor propensión al soft power permitiría que las relaciones políticas, económicas y culturales con la Unión Europea, China, India, Asia Pacífico, África y Medio Oriente fluyeran en forma natural y más en consonancia con un mundo cosmopolita o globalizado. Aunque en este punto hay que ser autocríticos y reconocer que una buena parte de lo que podemos llamar “reduccionismo pronorteamericano” es ideológico y proviene de influyentes círculos dirigentes de nuestros propios países.

La segunda constatación la hemos venido elaborando a medida que el proceso de integración iniciado por UNASUR sigue su camino ascendente, superando obstáculos que parecían insalvables y que son permanentemente sobredimensionados por unos medios de comunicación latinoamericanos que parecen formar un frente virtual anti integración y anti reformas sociales en la región. Esta constatación puede formularse en varios puntos:

1. La democracia ha sido incorporada no solamente a los textos constitucionales de los países sudamericanos, sino que existe convicción generalizada sobre su condición de régimen político irreemplazable, sin perjuicio del reconocimiento de sus debilidades en insuficiencias en materia de mecanismo de justicia social.

2. Incorporado a la Carta Democrática de la OEA, del MERCOSUR y de la CAN, el reconocimiento de la democracia y el irrestricto respeto a sus mecanismos constituye una especie de seguro en contra de los golpes de Estado que todos los países se comprometen a respetar, lo que ya ha ocurrido ejemplarmente en varios casos.

3. Compartiendo la posición común de reconocer que las sociedades sudamericanas deben reducir al mínimo la pobreza existente, luchar en contra de la exclusión social y reducir la desigualdad que aún subsiste en nuestros países por los caminos democráticos que cada país defina como más idóneos y acordes con su propio desarrollo político y su propia historia, los Estados concurren al proceso integracionista con sus especificidades y puntos de vista propios, buscando la cooperación y el esfuerzo conjunto para superar los problemas comunes.

4. Las asimetrías naturales existentes entre países de distinto tamaño y con economías de diferente peso y los naturales contrapesos políticos en busca de equilibrios de poder al interior de UNASUR se han venido desarrollando en forma armónica y todo parece indicar que este proceso de integración, que tiene como pilares el diálogo político y la integración energética, la de infraestructura, la social y la financiera y como agregados interesantes la cooperación en defensa y en políticas migratorias y económicas ha tenido un buen punto de partida. Sólo cabe esperar que se consolide institucional y políticamente para que enfrente en buena forma los desafíos que tiene por delante.

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