sábado, 6 de setembro de 2008

Concertación: renovación e historia


Antonio Cortés Terzi
Centro Avance

Los dieciocho años de gobierno han corroído severamente su memoria histórica y con ella su sentido de responsabilidad con sus orígenes y legados centro-izquierdistas. La Concertación no se puede renovar desde la Concertación si no a condición de leer en ella su matriz histórica esencial y de proyectarla al presente y al futuro. La riqueza renovadora de la Concertación está en sus ancestros centro-izquierdistas y no en su burocratización ni menos en su ideologización gobiernista.

Si alguien se preguntara, ¿cuántos años de historia tiene la Concertación?, la respuesta parecería obvia: alrededor de veinte, lapso que cubre desde su fundación formal hasta el presente.

Sin embargo, en un sentido histórico más riguroso y necesariamente más complejo, la respuesta no es tan simple. Y no lo es, fundamentalmente, porque la Concertación es el producto de la confluencia de culturas políticas que acumulaban (o acumulan) muchos más años de historia. Es decir, cuando la Concertación se alzó como alianza y programa político ya estaba precedida de una extensa historia socio-política, aportada por las principales corrientes que en ella convergen. En definitiva, la Concertación tiene una matriz histórica esencial bastante más larga que la que se concentra en estos últimos veinte años.

Desde una óptica histórica más sustantiva, la Concertación nace del encuentro de las culturas políticas socialcristianas y socialistas y para los efectos de enfrentar una situación “excepcional” (dictadura) y para gobernar en pos de la superación de esa “excepcionalidad”. Precisamente, porque se trata del encuentro de culturas históricas es que adquiere rango de fuerza trascendente y que no se restringe a la conformación de un movimiento de corta vida. Los objetivos políticos inmediatos (plebiscito, transición, etc.), fueron potentes fuentes convocantes de la unidad. Pero esa unidad no habría sido nunca la misma ni habría perdurado, si no hubiese contado también con elementos de confluencia de raíz histórica.

La Concertación recoge el pretérito y el devenir del socialismo y del socialcristianismo criollo, reeducados por sus propias experiencias y por los cambios contemporáneos. En tal orden de ideas es –o debiera ser-, simultáneamente, la heredera y la versión actualizada del progresismo ancestral, ayer dividido y hoy con las posibilidades abiertas para reconfigurarse como fuerza de centro-izquierda moderna y, en tanto tal, como un bloque político-social mayoritario.

Ninguna duda cabe que la Concertación está sumida en dinámicas confusas y críticas. No son ajenas a esas dinámicas, las pérdidas o deterioros de su autoconciencia histórica, de su autoconciencia de ser la representación vigente del progresismo histórico.

Los dieciocho años de gobierno han corroído severamente su memoria histórica y con ella su sentido de responsabilidad con sus orígenes y legados centro-izquierdistas. La Concertación no se puede renovar desde la Concertación si no a condición de leer en ella su matriz histórica esencial y de proyectarla al presente y al futuro. La riqueza renovadora de la Concertación está en sus ancestros centro-izquierdistas y no en su burocratización ni menos en su ideologización gobiernista.

Una renovación de esa naturaleza implica, al menos, tres grandes líneas de acción:

a) Reinstalar, al seno de la Concertación, una hegemonía político-cultural y política a secas cuyo sostén provenga de sus corrientes históricas, a saber, del socialismo y del socialcristianismo. Las otras vertientes –demo-liberal, libero-progresista, etc. - por cierto que tienen cabida, pero no poseen ni la capacidad ni la legitimidad de hegemonizar un frente de centro-izquierda. Son todavía cuerpos políticos e ideológicos inestables y experimentales.

b) Retomar los nexos con lo popular desde la sociedad civil y no sólo desde la sociedad política. Ello implica comprometerse en los conflictos de poder que se desarrollan en la sociedad civil y atreverse a una discursividad crítica al funcionamiento del estatus, especialmente en los espacios moleculares en donde se desenvuelve la cotidianidad de lo popular.

c) Enfrentar a la derecha y a su candidatura relevando el significado que ésta ha tenido en la historia social y política del país. Los juicios al conservadurismo no pueden ni deben acotarse al período dictatorial. La derecha también es histórica y su historia está plagada de obstáculos al progreso democratizador, al progreso social y cultural del país.

En conclusión, terminada hace rato la transición, normalizado el país, los ejes del conflicto político y social se simplifican y tienden a reponerse en sus viejas dimensiones históricas. Su esencialidad está otra vez en la pugna entre progresismo y conservadurismo. Póngasele a esta pugna todos los aderezos modernos que se quieran, lo real es que en el fondo reedita la antigua y larga historia intrínseca a sociedades moldeadas por economías de mercado.

En consecuencia, la pervivencia de la Concertación está sujeta a su disposición para retomar su herencia de centro-izquierda. De lo contrario, se extinguirá por extemporánea.

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