Claudia Peña Claros
Bolpress
Si bien ninguno de los prefectos opositores ratificados en Bolivia ha logrado igualar, en sus respectivas regiones, el porcentaje de votación a favor de Evo Morales a nivel nacional, el apoyo local que tienen es indiscutible. Aquí analizaremos de qué manera el reclamo autonomista de la Santa Cruz opositora encuentra su debilidad en la misma fuente de donde extrae su fortaleza, y exploraremos posibles razones para la dificultad de este actor en superar el ‘empate catastrófico' en el que se debate el Estado boliviano.
A pesar de todos los avances en materia de legitimidad regional, la clase dominante cruceña parece seguir acorralada por el mismo muro sobre el cual se eleva para interpelar al país: la región. Este muro le pone límites y cerca las posibilidades del cruceñismo, tanto en el plano discursivo como en el plano práctico y concreto, impidiéndole transformarse en un referente nacional capaz de inclinar la balanza a su favor.
En el plano discursivo, el ‘ser cruceño' es el filón del cual extrae su vitalidad y capacidad de convocatoria, la base sobre la cual funda su justificación histórica y enarbola su bandera reivindicativa. Es desde esta centralidad identitaria que la clase dominante efectúa su reclamo al ‘resto del país'. Es la base de su poder de seducción, a partir de la cual teje sus demandas. El ‘ser cruceño' es el ser mismo de la reivindicación autonómica, la cual se debilitaría de no existir esta afiliación regional definitiva y diferenciadora.
Sin embargo, una vez llegado a los límites departamentales, el poder regional se diluye, y necesita apostar a reproducir en otras regiones el mismo tipo de discurso identitario fuertemente anclado en lo departamental. Y, si bien es cierto que en Bolivia el Estado a medio construir ha favorecido la existencia de sentimientos regionales sustentados por fuera de la pertenencia nacional, no todos los departamentos que actualmente conforman la ‘media luna' comparten con Santa Cruz las características que fortalecen su regionalismo: una corriente de reconstrucción histórica que justifica la demanda de autonomías, los mitos del desarrollo cruceño como logro puramente local sin participación estatal, un pasado reciente de modernización urbana y en menor medida departamental vivido como experiencia colectiva y sobre el cual se construye la cohesión social actual, y una práctica ya tradicional de invisibilización de los quiebres, contradicciones y desigualdades al interior de la población.
Estos aspectos que confluyen en la fortaleza del discurso hegemónico cruceño, en otros departamentos se debilita por una recuperación histórica que hace más énfasis en la diferenciación de clase o en la pertenencia urbana / rural por ejemplo; por un desarrollo regional que sigue siendo un sueño, una deuda no pagada antes que una fuente de orgullo; por una desagregación social provocada por la dispersión poblacional o por flujos migratorios; y por prácticas discursivas que desde hace tiempo vienen interpelando las desigualdades internas.
De este modo, a partir de la frontera departamental, el ‘ser cruceño' ha debido ser traducido en cada región en un ‘ser tarijeño', ‘ser pandino', etc., por las diferentes elites locales en la medida de sus posibilidades, no pudiendo alcanzar en algunos casos el alto grado de apoyo que la versión original tiene en Santa Cruz.
La reivindicación autonomista, basada en una pertenencia identitaria específica, pierde empuje una vez traspasa los límites departamentales. Pero aún más. Esta limitación se hace incluso más definitiva desde el momento en que el reclamo de autonomía es planteado como barricada de contención a las reformas estatales planteadas desde los movimientos sociales y desde el gobierno de Evo Morales. Así, la reivindicación regional pasa de ser un reclamo al Estado, a ser un reclamo contra el gobierno actual específico, y genera por lo menos sospecha entre los que apoyan al gobierno y/o al proceso de cambio que éste busca implementar.
Por otro lado, las intervenciones públicas recientes del prefecto cruceño Rubén Costas, sembradas de frases incendiarias y adjetivos insultantes contra autoridades estatales, no hacen otra cosa que convencer aún más a los convencidos de uno y otro lado. En vista de que los resultados del referéndum revocatorio arrojaron un importante crecimiento de votos favorables al gobierno en las regiones reclamadas como autonomistas, y en vista de que los ciudadanos de Santa Cruz (sobre todo, y de toda la ‘media luna' en general) viven en estado de apronte desde hace más de dos años para enfrentar el inminente ‘avasallamiento indígena aymara', un prefecto exacerbado, de voz ronca y barba descuidada puede dar más impresión de inestabilidad y violencia que un Presidente Morales calmado y conciliador, tal como se mostró el 10de agosto al final de la jornada electoral.
Una población civil angustiada con el futuro inmediato y cansada de conflictos y violencia, bien puede alimentar todavía más la corriente que, por estar mejor apegada a la institucionalidad vigente, favorece al gobierno central. Al respecto, no podemos olvidar el significativo ausentismo [1] (alrededor del 40%) que empañó la votación a favor del estatuto autonómico el pasado 4 de mayo. Pese a la omnisciente propaganda regional, mucha de la población se abstuvo de participar en un proceso cuestionado por ilegal y no transparente, y en el cual la dirigencia cruceña insiste una vez pasado el revocatorio, convocando a elecciones de representantes departamentales según esos mismos estatutos, y planteando la creación de una fuerza represora regional.
Este repetido rebasamiento de lo legal puede a la larga jugar en contra del movimiento regional (puede ser bloqueado desde el afuera de la legalidad), y a la corta puede restarle apoyo de una clase media siempre predispuesta a la estabilidad y a la certidumbre políticas.
En el plano práctico y concreto, vemos una dirigencia cruceña rabiosa y decidida en cuanto a sus demandas, pero errante y confundida en cuanto a sus mecanismos de presión. La huelga de hambre instalada en la plaza días antes del revocatorio, que exigía la devolución de los recursos del IDH, confiscados por el gobierno central para incrementar el bono a las personas de la tercera edad, y que ya contaba con cientos de ayunadores, se mantuvo firme durante el referendo, pero días después fue sorpresivamente suspendida sin haber logrado ningún resultado visible en cuanto a sus reclamos. Esta huelga inesperadamente suspendida es comparable con aquella otra de diciembre de 2007 contra la Asamblea Constituyente, que fue suspendida poco antes de Navidad, sin haber logrado tampoco ninguna de sus reivindicaciones.
Y es que a nivel práctico, la dirigencia cruceña no ha encontrado la manera de hacerle mella a un Estado nacional cuyo centro se encuentra a un millar de kilómetros de distancia, en un espacio físico blindado por una población mayoritariamente afín al gobierno de Morales. Las huelgas de hambre en Santa Cruz, que en ambas ocasiones han sido lideradas por los hombres más representativos del movimiento, que fueron rápidamente engrosadas por grupos afiliados o dependientes de instituciones afines, y que (tanto a nivel departamental como nacional) logran cobertura periodística extraordinaria, no impiden el trabajo del Ejecutivo, ni entorpecen las labores de los ministerios ni de las reparticiones estatales asentadas en los departamentos. El aparato estatal sigue su marcha rauda, mientras la institucionalidad cruceña ayuna y yace recostada ante las cámaras de televisión.
Cuando la huelga es suspendida, los empleados de los medios masivos vinculados al poder regional se apresuran a cultivar nuevos espacios de enfrentamiento, seguros de que una vez fructifiquen, darán a luz nuevas razones para oponerse al gobierno del MAS, celebrar cabildos multitudinarios, cuestionar el poder del Estado central y labrar el camino hacia una nueva institucionalidad, emergente del estatuto autonómico, todavía aparentemente descabellada y grotesca: la institucionalidad regional.
Es evidente que las iniciativas, conflictos y discursos de los dirigentes regionales están encaminados a sembrar en el imaginario cruceño, paso a paso, una institucionalidad a su medida (que mientras nace luce deforme, ilegal y sediciosa) en desmedro de la institucionalidad nacional, que también paso a paso se destruye.
Sin embargo, aunque se sostenga que "Evo Morales gobierna en el espacio abstracto del país, pero no en el espacio concreto de los departamentos (...) el respaldo político del Presidente se sostiene en el nivel difuso de lo nacional y no puede traducirse en el escenario cotidiano de la gestión departamental", ya se ha demostrado que aunque el Ejecutivo no pueda aterrizar en aeropuertos tomados por grupos radicales, puede fácilmente bloquear las cuentas prefecturales en cuanto los gobiernos regionales ejecuten sus presupuestos al margen de la ley, y aún en cuanto dejen de rendir cuentas al Estado central. En el ‘escenario cotidiano de la gestión departamental', el gobierno central puede fácilmente detener el importante flujo económico que inyecta a las regiones gracias a una eficiente política de renegociación de los contratos petroleros.
El dato real es que, en contraposición, la dirigencia regional cruceña aún no encuentra la manera de bloquear las políticas estatales. Sí está logrando retrasar medidas como la redistribución de la tierra y el rescate de comunidades indígenas esclavizadas en latifundios del sur del país, lo cual no es ni de lejos suficiente para imaginar, elaborar, consensuar, ofrecer un proyecto de país capaz de seducir más allá de la estrecha lectura regional, siempre incompleta e insuficiente.
Y a pesar de todas estas consideraciones, la pregunta persiste. Si cuenta con una vibrante legitimidad regional, si tiene un poder de convocatoria sorprendente, si ha ganado en democracia ¿por qué insiste con el enfrentamiento ciego y la torpe descalificación?¿por qué no deja espacio al diálogo? ¿Por qué insiste en agrandar el muro entre el oriente y el occidente del país? ¿Por qué somete a la población cruceña al miedo y la incertidumbre?
Si nos detenemos a mirar este muro desde la lógica del poder regional, tal vez encontremos respuestas más allá de la aparente irracionalidad. Sufriendo la intimidación que se propaga contra toda la población local, la violencia racista, los discursos groseros, lo más preocupante de todo es que la respuesta tal vez sea ‘porque no es diálogo ni acuerdo lo que el poder regional busca'. Lo más preocupante de todo es que la respuesta tal vez sea que ya encontró lo que necesita.
NOTA: [1] Más significativo cuando lo comparamos con el ausentismo que el referéndum revocatorio tuvo en Santa Cruz (entre el 15 y el 20%), más apegado a los estándares normales dentro de la historia reciente de la democracia boliviana, a pesar del discurso oficial regional, que insistió hasta el último momento en la ilegalidad de la consulta.
A pesar de todos los avances en materia de legitimidad regional, la clase dominante cruceña parece seguir acorralada por el mismo muro sobre el cual se eleva para interpelar al país: la región. Este muro le pone límites y cerca las posibilidades del cruceñismo, tanto en el plano discursivo como en el plano práctico y concreto, impidiéndole transformarse en un referente nacional capaz de inclinar la balanza a su favor.
En el plano discursivo, el ‘ser cruceño' es el filón del cual extrae su vitalidad y capacidad de convocatoria, la base sobre la cual funda su justificación histórica y enarbola su bandera reivindicativa. Es desde esta centralidad identitaria que la clase dominante efectúa su reclamo al ‘resto del país'. Es la base de su poder de seducción, a partir de la cual teje sus demandas. El ‘ser cruceño' es el ser mismo de la reivindicación autonómica, la cual se debilitaría de no existir esta afiliación regional definitiva y diferenciadora.
Sin embargo, una vez llegado a los límites departamentales, el poder regional se diluye, y necesita apostar a reproducir en otras regiones el mismo tipo de discurso identitario fuertemente anclado en lo departamental. Y, si bien es cierto que en Bolivia el Estado a medio construir ha favorecido la existencia de sentimientos regionales sustentados por fuera de la pertenencia nacional, no todos los departamentos que actualmente conforman la ‘media luna' comparten con Santa Cruz las características que fortalecen su regionalismo: una corriente de reconstrucción histórica que justifica la demanda de autonomías, los mitos del desarrollo cruceño como logro puramente local sin participación estatal, un pasado reciente de modernización urbana y en menor medida departamental vivido como experiencia colectiva y sobre el cual se construye la cohesión social actual, y una práctica ya tradicional de invisibilización de los quiebres, contradicciones y desigualdades al interior de la población.
Estos aspectos que confluyen en la fortaleza del discurso hegemónico cruceño, en otros departamentos se debilita por una recuperación histórica que hace más énfasis en la diferenciación de clase o en la pertenencia urbana / rural por ejemplo; por un desarrollo regional que sigue siendo un sueño, una deuda no pagada antes que una fuente de orgullo; por una desagregación social provocada por la dispersión poblacional o por flujos migratorios; y por prácticas discursivas que desde hace tiempo vienen interpelando las desigualdades internas.
De este modo, a partir de la frontera departamental, el ‘ser cruceño' ha debido ser traducido en cada región en un ‘ser tarijeño', ‘ser pandino', etc., por las diferentes elites locales en la medida de sus posibilidades, no pudiendo alcanzar en algunos casos el alto grado de apoyo que la versión original tiene en Santa Cruz.
La reivindicación autonomista, basada en una pertenencia identitaria específica, pierde empuje una vez traspasa los límites departamentales. Pero aún más. Esta limitación se hace incluso más definitiva desde el momento en que el reclamo de autonomía es planteado como barricada de contención a las reformas estatales planteadas desde los movimientos sociales y desde el gobierno de Evo Morales. Así, la reivindicación regional pasa de ser un reclamo al Estado, a ser un reclamo contra el gobierno actual específico, y genera por lo menos sospecha entre los que apoyan al gobierno y/o al proceso de cambio que éste busca implementar.
Por otro lado, las intervenciones públicas recientes del prefecto cruceño Rubén Costas, sembradas de frases incendiarias y adjetivos insultantes contra autoridades estatales, no hacen otra cosa que convencer aún más a los convencidos de uno y otro lado. En vista de que los resultados del referéndum revocatorio arrojaron un importante crecimiento de votos favorables al gobierno en las regiones reclamadas como autonomistas, y en vista de que los ciudadanos de Santa Cruz (sobre todo, y de toda la ‘media luna' en general) viven en estado de apronte desde hace más de dos años para enfrentar el inminente ‘avasallamiento indígena aymara', un prefecto exacerbado, de voz ronca y barba descuidada puede dar más impresión de inestabilidad y violencia que un Presidente Morales calmado y conciliador, tal como se mostró el 10de agosto al final de la jornada electoral.
Una población civil angustiada con el futuro inmediato y cansada de conflictos y violencia, bien puede alimentar todavía más la corriente que, por estar mejor apegada a la institucionalidad vigente, favorece al gobierno central. Al respecto, no podemos olvidar el significativo ausentismo [1] (alrededor del 40%) que empañó la votación a favor del estatuto autonómico el pasado 4 de mayo. Pese a la omnisciente propaganda regional, mucha de la población se abstuvo de participar en un proceso cuestionado por ilegal y no transparente, y en el cual la dirigencia cruceña insiste una vez pasado el revocatorio, convocando a elecciones de representantes departamentales según esos mismos estatutos, y planteando la creación de una fuerza represora regional.
Este repetido rebasamiento de lo legal puede a la larga jugar en contra del movimiento regional (puede ser bloqueado desde el afuera de la legalidad), y a la corta puede restarle apoyo de una clase media siempre predispuesta a la estabilidad y a la certidumbre políticas.
En el plano práctico y concreto, vemos una dirigencia cruceña rabiosa y decidida en cuanto a sus demandas, pero errante y confundida en cuanto a sus mecanismos de presión. La huelga de hambre instalada en la plaza días antes del revocatorio, que exigía la devolución de los recursos del IDH, confiscados por el gobierno central para incrementar el bono a las personas de la tercera edad, y que ya contaba con cientos de ayunadores, se mantuvo firme durante el referendo, pero días después fue sorpresivamente suspendida sin haber logrado ningún resultado visible en cuanto a sus reclamos. Esta huelga inesperadamente suspendida es comparable con aquella otra de diciembre de 2007 contra la Asamblea Constituyente, que fue suspendida poco antes de Navidad, sin haber logrado tampoco ninguna de sus reivindicaciones.
Y es que a nivel práctico, la dirigencia cruceña no ha encontrado la manera de hacerle mella a un Estado nacional cuyo centro se encuentra a un millar de kilómetros de distancia, en un espacio físico blindado por una población mayoritariamente afín al gobierno de Morales. Las huelgas de hambre en Santa Cruz, que en ambas ocasiones han sido lideradas por los hombres más representativos del movimiento, que fueron rápidamente engrosadas por grupos afiliados o dependientes de instituciones afines, y que (tanto a nivel departamental como nacional) logran cobertura periodística extraordinaria, no impiden el trabajo del Ejecutivo, ni entorpecen las labores de los ministerios ni de las reparticiones estatales asentadas en los departamentos. El aparato estatal sigue su marcha rauda, mientras la institucionalidad cruceña ayuna y yace recostada ante las cámaras de televisión.
Cuando la huelga es suspendida, los empleados de los medios masivos vinculados al poder regional se apresuran a cultivar nuevos espacios de enfrentamiento, seguros de que una vez fructifiquen, darán a luz nuevas razones para oponerse al gobierno del MAS, celebrar cabildos multitudinarios, cuestionar el poder del Estado central y labrar el camino hacia una nueva institucionalidad, emergente del estatuto autonómico, todavía aparentemente descabellada y grotesca: la institucionalidad regional.
Es evidente que las iniciativas, conflictos y discursos de los dirigentes regionales están encaminados a sembrar en el imaginario cruceño, paso a paso, una institucionalidad a su medida (que mientras nace luce deforme, ilegal y sediciosa) en desmedro de la institucionalidad nacional, que también paso a paso se destruye.
Sin embargo, aunque se sostenga que "Evo Morales gobierna en el espacio abstracto del país, pero no en el espacio concreto de los departamentos (...) el respaldo político del Presidente se sostiene en el nivel difuso de lo nacional y no puede traducirse en el escenario cotidiano de la gestión departamental", ya se ha demostrado que aunque el Ejecutivo no pueda aterrizar en aeropuertos tomados por grupos radicales, puede fácilmente bloquear las cuentas prefecturales en cuanto los gobiernos regionales ejecuten sus presupuestos al margen de la ley, y aún en cuanto dejen de rendir cuentas al Estado central. En el ‘escenario cotidiano de la gestión departamental', el gobierno central puede fácilmente detener el importante flujo económico que inyecta a las regiones gracias a una eficiente política de renegociación de los contratos petroleros.
El dato real es que, en contraposición, la dirigencia regional cruceña aún no encuentra la manera de bloquear las políticas estatales. Sí está logrando retrasar medidas como la redistribución de la tierra y el rescate de comunidades indígenas esclavizadas en latifundios del sur del país, lo cual no es ni de lejos suficiente para imaginar, elaborar, consensuar, ofrecer un proyecto de país capaz de seducir más allá de la estrecha lectura regional, siempre incompleta e insuficiente.
Y a pesar de todas estas consideraciones, la pregunta persiste. Si cuenta con una vibrante legitimidad regional, si tiene un poder de convocatoria sorprendente, si ha ganado en democracia ¿por qué insiste con el enfrentamiento ciego y la torpe descalificación?¿por qué no deja espacio al diálogo? ¿Por qué insiste en agrandar el muro entre el oriente y el occidente del país? ¿Por qué somete a la población cruceña al miedo y la incertidumbre?
Si nos detenemos a mirar este muro desde la lógica del poder regional, tal vez encontremos respuestas más allá de la aparente irracionalidad. Sufriendo la intimidación que se propaga contra toda la población local, la violencia racista, los discursos groseros, lo más preocupante de todo es que la respuesta tal vez sea ‘porque no es diálogo ni acuerdo lo que el poder regional busca'. Lo más preocupante de todo es que la respuesta tal vez sea que ya encontró lo que necesita.
NOTA: [1] Más significativo cuando lo comparamos con el ausentismo que el referéndum revocatorio tuvo en Santa Cruz (entre el 15 y el 20%), más apegado a los estándares normales dentro de la historia reciente de la democracia boliviana, a pesar del discurso oficial regional, que insistió hasta el último momento en la ilegalidad de la consulta.
Very good......
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