sábado, 13 de setembro de 2008

No se pueden resolver militarmente los problemas mundiales


Elmar Altvater
Sin permiso

Energía y clima, hambre y dinero, militarismo e intervenciones “humanitarias” en el mundo de hoy. Una conferencia de Elmar Altvater invitado por la Weed, la ONG alemana que trabaja en economía mundial, ecología y desarrollo.

El Foro Económico Mundial de Davos, no precisamente sospechoso de tener una visión crítico-emancipatoria del mundo, ha constatado este año “riesgos globales” en el orden mundial neoliberal, tenido hasta ahora por suficientemente estable. Los riesgos “sistémicos” observados se traducirían en amenazas para la seguridad de la humanidad. Se mencionan explícitamente: 1) las crisis de los mercados financieros, que por vez primera (tras la crisis de deudas del “Tercer Mundo” de los años 80 y la crisis financiera de los “países en vías de desarrollo” de los 90) alcanza a los EEU y a la Gran Bretaña, pero también a Alemania, a España y a otros países de la UE; 2) una creciente desigualdad, a escala planetaria, en ingresos y patrimonios, lo que trae consigo el crecimiento de la pobreza, del hambre y de otras “manifestaciones de carencias” que afectan a miles de millones de personas; 3) la crisis energética, porque el petróleo va camino de agotarse (peakoil), lo que trae por consecuencia el que los precios de la energía batan todos los récords; 4) una peligrosa alteración del clima, de efectos dramáticos para el hábitat humano (basta pensar en la pérdida de franjas territoriales próximas a las costas, en los períodos de sequía y en una previsible escasez de alimentos).

A la vista de esa crisis omniabarcadora, el debate sobre si la crisis financiera puede llegar a afectar a la economía real o si, por el contrario, la esfera financiera y la esfera real están, por así decirlo, separadas, es un debate harto ocioso. El Foro Económico Mundial lo que ha hecho es minimizar la crisis global de amplio espectro, reduciéndola a cuatro “riesgos globales”. Pues la elite neoliberal que se da cita en Davos no quiere oír hablar de cambio de sistema; lo que quiere es un seguro ante las amenazas del cuádruple mal. Ya sabe: será caro; pero, de uno u otro modo, espera poder sufragar los costes del seguro.

También en materia de seguridad perfilan los círculos políticamente hiperrealistas de los países industriales sus modelos de reacción a las esperadas consecuencias de la crisis. Se conciben intervenciones o –como se prefiere decir en la jerga de la OTAN y del contrato de reforma de la UE— “misiones” militarmente protegidas. Para las cuales se requieren, de todas formas, justificaciones. Que éstas pueden construirse con estólidas mentiras, ya lo han demostrado el exministro de defensa Scharping con la presentación del “Plan Herradura”, fabricado por los servicios secretos para bombardear Yugoslavia, o los israelíes, el presidente Bush y muchos otros con la falsificación de la traducción de un discurso del presidente iraní Ahmadineyad, en el que éste, supuestamente, habría anunciado la aniquilación de Israel. En la era de la producción y el consumo de masas, también las justificaciones se pueden producir, y difundir por parte de los medios de comunicación de masas, y ser crédulamente consumidas por las masas… hasta que es ya demasiado tarde. Véase Yugoslavia, véase Irak.

Pero si las crisis no pueden ser controladas ni tecnológica, ni política y militarmente, entonces, como opinan algunos científicos (por ejemplo, Jared Diamond), no hay que excluir el colapso social. No sería la primera vez en la historia de la humanidad: ya antes han colapsado sociedades por haber destruido la codicia económica y los motivos políticos miopes su propia base natural. Pero, hasta ahora, ese peligro nunca ha amenazado al planeta todo. Europa ni se enteró de la tragedia de la extinción de los habitantes de las Islas de Pascua y de su cultura. Hoy es distinto. Los riesgos globales amenazan a todo el globo. Los países industriales se hallan en el epicentro de todas las crisis. Son quienes tienen la responsabilidad capital.

Un uno por ciento del producto social global

Pues lo que los Estados nacionales del Norte, las corporaciones transnacionales del Norte o los fondos especulativos del Norte emprenden, tiene efectos en todas las regiones del mundo. Consecuencia: la soberanía de los Estados en el Sur Global se ve limitada; la “vulnerabilidad” de las poblaciones, amplificada. Ya sea que las crisis de los mercados financieros aniquilen puestos de trabajo, incrementando así la pobreza y el hambre; ya sea que colapsen instituciones económicas y sociales decisivas para la estabilidad de la sociedad; ya sea que, a causa del efecto invernadero, se deserticen franjas de territorio o resulten inundadas zonas pobladas; lo cierto es que la cuádruple crisis puede arrojar al caos político y social a sociedades enteras.

No puede entonces sorprender que se desencadenen conflictos, que se levanten oleadas migratorias cuyos desfiladeros son los puestos de avanzada del Norte global en las fronteras mexicano-estadounidenses, o la italiana Isla de Lampedusa en el Mediterráneo, o las españolas Islas Canarias en el Atlántico. No haber impedido eso, o no haber podido impedirlo, se interpreta como indicio de debilidad en la acción de los gobiernos. Y por esa vía se da en la justificación de la intervención –también militar— en el exterior.

El mundo de los Estados con buenas prácticas de gobierno se siente entonces legitimado para asumir “responsabilidades protectoras” respecto de las personas amenazadas (responsability to protect, se dice en inglés, y abreviando: R2P). El concepto R2P, informalmente aceptado por la ONU, fue desarrollado tras las invasiones de Yugoslavia en 1999 y de Irak en 2003, ambas incompatibles con –y por lo mismo, no legitimables por— el derecho internacional público. Ese concepto pone a una pretendida “protección de los derechos humanos”–proclamados por vez primera en la Declaración de Independencia norteamericana— por encima del respeto de la soberanía nacional, el principio básico del orden internacional consagrado en 1648 con la Paz de Westfalia. Así pues, dos principios jurídicos dignos de ser honrados resultan confrontados.

Y con buenas dosis de R2P, ¿se puede lidiar con los “riesgos globales”? Difícilmente, porque, para empezar, esos riesgos no son independientes unos de otros, sino que se influyen recíprocamente. El cambio climático es sobre todo una consecuencia de la combustión de materiales energéticos fósiles, cuyas emisiones de gases de efecto invernadero se concentran en la atmósfera. De eso son responsables, al menos en un 80%, los “viejos” países industriales del Norte de América y la Europa occidental. Todavía hoy, el grueso de las emisiones de CO2 viene del humo de las chimeneas y los tubos de escape de los países ricos.

Como han mostrado tanto la comisión mundial para el cambio climático (IPCC, por sus siglas en inglés) como el Informe Stern, el incremento medio de la temperatura de la Tierra traerá consigo inmensos daños naturales. Desde la fusión de los estratos de hielo en los Polos y el consiguiente incremento del nivel del mar, pasando por la pérdida de franjas litorales, hasta fenómenos metereológicos insólitos, como olas de calor o tormentas tropicales devastadoras. Todo eso puede llegar a costar, según estimaciones de Stern, hasta un 20% del producto social global. Así pues, y a causa del estilo de vida de los ricos, fundado en usos intensivos de energía y en modos de producción fósiles, la humanidad en su conjunto va camino de empobrecerse. A no ser, se dice, que se altere la tendencia invirtiendo dinero en la protección del clima. Enfrentarse regulatoriamente al cambio climático con medios monetarios quiere decir, implícitamente, que los daños pueden o evitarse o compensarse o superarse mediante un desembolso financiero suficiente. Las varas monetarias de medir, según se describen en muchos informes internacionales sobre el cambio climático y sus consecuencias, nacen de la lógica de un mundo mercantilizado entronizado como fetiche.

Canta esto Bertolt Brecht en La medida: “Yo no sé lo que es arroz / Yo no sé quién sabe eso / Yo no sé lo que es arroz / Sólo sé cuál es su precio”. Ya se trate de la catástrofe climática, ya de la crisis financiera, todo tiene un precio, un alto precio.

Se puede entonces proceder a un cálculo contable. En el informe de Stern aparecido en 2006, lo mismo que en los informes periciales de la Comisión para el cambio climático, se estima que la pérdida de un 20% del producto social global como consecuencia del cambio climático es evitable destinando preventivamente un 1% del producto social global a la protección del clima. Es decir, se pueden evitar costes del 20% con un 1% destinado a medidas de protección: ¡buen negocio!

Pero una prevención real sólo es posible con una reestructuración completa del régimen energético, desde su fuente (la extracción de crudo del subsuelo) hasta su desembocadura (la deposición en la atmósfera de gases de efecto invernadero), lo que significa: plantear la cuestión del modo de funcionamiento de una sociedad capitalista. Pero esa es precisamente la cuestión que evitan plantearse tanto el informe sobre los “riesgos globales” como los partidarios del R2P. En caso de duda, el R2P se agota en los deseos de intervención militar de quien a ello se siente legitimado en tanto que guardián de la civilización occidental frente a los canallas protagonistas de la “mala gobernanza”.

Las empresas agrícolas se convierten en destilerías

Un segundo ejemplo de interconexión de los problemas lo ofrece la crisis financiera que estalló hace aproximadamente un año. Una de sus consecuencias ha sido que las fortunas en busca de inversiones crematísticamente rentables derivaran sus inversiones a los mercados de materias primas o invirtieran en derivados de materias primas. Que en una economía de mercado globalizada los precios de éstas aumentaran, era inevitable. La especulación financiera, con su demanda de títulos de materias primas, presiona también al alza los precios de la energía fósil destinada a los automóviles y los precios de la energía biótica destinada a la alimentación humana. Puesto que los vectores de energía fósil y de energía biótica son parcialmente substituibles, le resulta rentable a la energía fósil, dados los precios al alza, servirse de vegetales como fuentes bioenergéticas para motores: fuel instead food.

El incremento espectacular de los vectores energéticos fósiles es también consecuencia de una especulación financiera que resulta asimismo amenazadora para la alimentación humana. La especulación viene aquí a sostenerse en tendencias “fundamentales” de aumento de precios. El petróleo ha alcanzado su punto culminante, o lo alcanzará muy pronto (peak oil). Después del peak oil, la oferta no podrá seguir creciendo duraderamente; a lo sumo, a corto plazo. Pero eso va ligado a una elevada inversión de capital en infraestructura de suministro del crudo (perforaciones marinas abisales), en transporte por oleoductos y barcos petroleros, en la protección militar de todo eso y en la posterior elaboración en refinerías. Al propio tiempo, la demanda de energía fósil crece en el mundo. Pues del sueño del “estilo americano de vida”, tan intensivo en energía, resulta harto difícil despertar, y cada vez más países reclaman el derecho de tener también un estilo de vida intensivo en energía.

Con todo y con eso: cuando se encarece el crudo, más probable es que, aun con menor elasticidad de la demanda, baje el consumo de petróleo. Así pues, el incremento de precios del crudo trae por consecuencia un descenso de las emisiones de CO2. Los optimistas neoliberales lo fían todo a los incrementos de precios del crudo determinados por el mercado como los mejores defensores del clima.
Mas si eso tiene que suceder como resultado del incremento del consumo automovilístico de agrocombustibles, entonces, en una economía de mercado, tienen necesariamente que incrementarse también los precios de los alimentos. Esa tendencia se ve robustecida por transformaciones demográficas, por los nuevos hábitos alimentarios de unas clases medias en mejor posición, por los crecientes costes del transporte y por el encarecimiento de los abonos agrícolas como consecuencia de la subida de precios de la energía.

A ese catálogo todavía hay que añadir: las subvenciones agrícolas y la política exportadora de la Unión Europea y de los Estados Unidos; la liberalización del comercio agrícola y su sujeción a la normativa de la OMC (aunque fracasaran las negociaciones de la Ronda de Doha a fines de julio pasado en Ginebra); la consiguiente destrucción de una economía agraria autónoma y la entrega de la producción agropecuaria a las grandes transnacionales agrícolas. La “soberanía alimentaria“ ha sido a tal punto quebrantada, que, hoy, en muchos países del Sur, los alimentos resultan no menos caros que si se vendieran en boutiques de lujo, como ha observado el teólogo brasileño de la liberación Frei Betto. La empresa agrícola troca en destilería.

A largo plazo: “dicha en la desdicha”

Y a ese amargo sarcasmo se enfrenta la OCDE con frivolidad neoliberal. Según ella, el incremento de precios de los alimentos podría ser a largo plazo una “dicha en la desdicha”. Pues podría aprovecharse para transformar la economía agraria de subsistencia de los países menos desarrollados en un profitable business, dando así un buen impulso a la ulterior mercantilización de los alimentos. Tal “bendición”, como ya sucedió una y otra vez en el pasado, puede muy bien trocar rápidamente en una maldición, porque con los alimentos convertidos en mercancía comerciable se puede empezar a especular. No llenarán entonces barrigas, sino monederos.

De aquí que la crisis global traiga por consecuencia el que, contra el Programa del Milenio, la pobreza no disminuya, sino que aumente. Para quien tiene ingresos de un dólar diario –el marcador del umbral de la pobreza— un dólar sólo vale 60 o 70 centavos, si los precios de los alimentos suben más que los demás bienes de consumo. La organización británica de auxilio Oxfam sostiene que cada vez más personas se abisman en la pobreza.

Ni los efectos desestabilizadores de los actores que juegan en los mercados financieros y de las corporaciones transnacionales, ni la política económica neoliberal en materia de precios energéticos, clima y alimentos, tienen nada que ver con las circunstancias naturales, pero son para la naturaleza, y para los seres humanos que en ella y de ella viven, más dañinos que un tornado tropical o que un tsunami. No es verdad que, como sostenía el poeta local mecklenburgués Fritz Reuter, a pobreza venga “de la pobreza”; tampoco de los “riesgos globales”. Es el resultado del modo de funcionamiento del capitalismo neoliberal. Los “riesgos” se han agudizado, hasta dar en una verdadera crisis del sistema.

Y aquí se cierra el círculo. En condiciones de escasez alimentaria, de precariedad energética, de desigualdad y de pobreza viven sobre todo los seres humanos en el Sur; pero las causas principales no se hallan en el Sur, sino en las condiciones económicas de acumulación y en la política económica del Norte. Si la crisis trae consigo el caos social, el desprecio y la violación de los derechos humanos, el Sur caerá bajo la “responsabilidad protectora” del Norte. Con ella vendrá la pretensión de mantener, con medios militares, los amenazados derechos de seres humanos aherrojados en un mundo de “riesgos globales”. Pero no se pueden resolver militarmente los problemas del cambio climático, ni los del peak oil, ni los de la crisis financiera, ni los de la crisis alimentaria. Eso lo saben todos. Y sin embargo, todos los que lo saben, se preparan para misiones militares. Lo que parece el método más seguro para no rozar siquiera las raíces de las tendencias disparadoras de la crisis: para no rozar siquiera un capitalismo liberalizado y desregulado, atiborrado con combustibles fósiles.

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